El naturalista británico nació el 12 de febrero de 1809 y es recordado por los estudios evolutivos que realizó y recopiló en ‘El origen de las especies’.
Nombrar a Charles Darwin es, incluso en nuestros días, un equivalente a debate y polémica. Las teorías desarrolladas por el naturalista británico supusieron una revolución en la escasamente abierta de miras Inglaterra victoriana y en la sociedad del siglo XIX al completo, hasta el punto de que cambió la concepción misma que se tenía del mundo y del ser humano. Admirado por muchos y repudiado por otros cuantos (cada vez menos, por suerte), Charles Darwin y sus estudios siguen estando a la orden del día en el mundo científico aun cuando fueron realizados hace dos siglos.
Nacido el 12 de febrero de 1809 en la tranquila ciudad inglesa de Shrewsbury en el seno de una familia acomodada, Charles Robert Darwin demostró una temprana pasión por el movimiento naturalista que se extendía en aquellos momentos por las islas británicas. Hijo de un respetado doctor y de la heredera de un imperio industrial, el joven Darwin intentó dedicar su vida a la medicina y al mundo clerical sin mucho éxito, ya que sus intereses acabaron derivando hacia el mundo de la biología, la botánica y la entomología. Su vida, y con ella la historia, cambiaría al embarcarse en el HMS Beagle en 1831 con el objetivo de dar la vuelta al mundo.
Durante sus viajes, Darwin se dedicó a observar las especies animales y vegetales que se encontraba en los distintos lugares que visitaba y comenzó a redactar un estudio en el que ponía en duda los principios de la teoría de la estabilidad de las especies. Entre 1837 y 1839 aproximadamente, el joven Charles Darwin desarrolló una nueva teoría en la que se afirmaba que las especies evolucionaban según las condiciones en las que habitaban y que, con la selección natural de por medio, solo sobrevivían los más aptos. De esta nueva concepción se destaca el hecho de que todos los animales descendían de antepasados comunes y en ese saco se incluían también a los humanos.
‘El origen de las especies’ (1859) otorgaba a la naturaleza características que hasta ese momento solo se habían considerado propias de una deidad y suscitó una campaña de demonización contra Darwin (véase el mítico ‘Anís del mono’) por parte de amplios sectores conservadores y religiosos de la sociedad del momento. El debate dividió al mundo entre evolucionistas y creacionistas y supuso un intento de desprestigiar a Darwin y expulsarle de la vida científica, aunque sin mucho éxito. Darwin sería enterrado con todos los honores en la Abadía de Westminster y sus teorías siguen teniendo una enorme vigencia actualmente, habiendo recuperado el prestigio y reconocimiento que sus estudios merecen.
Fuente: Muyinteresante.es